REFLEXIONES: LA FOTOGRAFÍA COMO ESCAPE
Si algo sabe todo fotógrafo. Más uno artístico o de calle. También cualquier artista. Es que lo que hacemos no nos va a hacer ricos. Es más, muy probablemente no pueda ni vivar de ello.
Así, muchos grandes fotógrafos y artistas tienen otros trabajos (sobre todo como profesores) que son los que les permiten pagar las facturas.
Por mi parte, no hay nada de malo en ello. Yo mismo trabajo en cosas que pienso que el mundo no necesita realmente, pero me permiten hacer las fotos, las entradas de blog y cualquier pequeña cosa artística con cierta libertad y sin la presión de que tenga éxito.
La decisión coherente y racional para cualquier persona no sería la de gastar dinero, tiempo y energía en perseguir sueños utópicos y artísticos. Pero lo hacemos. Por vocación y porque no entendemos otra manera de relacionarnos con la vida en la que no esté presente el arte.
Nos esforzamos en crear e imitar a la gente que nos inspira. Buscamos, como fotógrafos, captar la belleza del mundo. Aún sabiendo que, rara vez, tendrá para alguien la misma importancia que para nosotros.
Y el párrafo anterior, es mentira. La fotografía y el arte solo son inútiles si las miramos con la mirada mercantilista de nuestros tiempos. Esa que se olvida de que en todos nosotros existe una parte irracional que también necesita atención.
Confieso que caigo de forma frecuente en ella. Quizá la pirámide de Maslow me juega malas pasadas. Pues intento cubrir antes necesidades elevadas por encima de las más básicas (como la estabilidad económica y laboral).
Pero, basta de hablar de mí. Aunque bien sé que no soy el único que se siente así.
Porque la fotografía (y el arte en general) tiene la habilidad de salvarnos. Nos permite abrir el camino de la transcendencia.
Atrapados muchos, como estamos a nivel social, en los Bullshit jobs (trabajos de mierda) de David Graeber o en trabajos físicos que destrozan el cuerpo y la mente. Incluso entre los profesionales con mayor vocación por aquello que hacen. Existen momentos en los que todo ser humano necesita escape.
Para unos es un instrumento, para otros el dibujo, la escultura, la cerámica… y para muchos la fotografía.
Sé que no es ninguna conclusión novedosa ni revolucionaria. Pero quiero resaltar este efecto salvador que para algunos tiene la fotografía.
Por eso, en mi opinión, ser fotógrafo es cada día más una actitud que un resultado. Es una forma de estar en el mundo, evitando el pasar sin más.
Puede que sea una manera cobarde y predatoria de estar. Sobre todo para aquellos que somos más voyeristas o cazadores. Aun así, es una forma de estar más presente que caer bajo el peso del scroll vacío y el ocio sin pausa.
Por esta razón, la fotografía gusta a tantos. Aunque existe una amplia mayoría que se acobarda y no se denomina a sí misma fotógrafa o fotógrafo. Sigue asociándose un cierto estándar a la etiqueta. Por eso, hay muchos fotógrafos y muchas fotógrafas que no saben que lo son.
En tiempo de Redes Sociales casi todo el mundo es fotógrafo y director de cine. Claro que, de forma inconsciente. Por eso, aún no los hemos descubierto.
Como decía, ser fotógrafo es una actitud. No consiste en crear imágenes espectaculares e impactantes. Para eso ya hemos inventado la IA. Ser fotógrafo en el siglo XXI es sinónimo de ser humano. Es estar atento, sin importar la herramienta, a esos detalles y luces que en el imparable correr de la sociedad contemporánea nadie más es capaz de pararse a mirar.
En su grado “supremo”, ser fotógrafo es tener algo que contar. Una historia, una experiencia, una reflexión sobre algún tema. En su vertiente profesional, esto suele implicar darle voz a quién no la tiene. En la personal y artística, es más sencillo reflexionar sobre uno mismo y nuestro sitio en el mundo.
Se dice mucho que la fotografía es un lenguaje. Hay debate. Para mí, el lenguaje al que más se parece la fotografía es a la poesía. Ambos son sutiles, misteriosos, personales y metafóricos.
Esta es una manera de vincular la imagen a la letra impresa. Pero, en realidad, no están tan vinculadas. Pero, siguiendo esta comparación, la narrativa y el ensayo tendrían su equivalencia en el cine. Aun así, el lenguaje de las imágenes, estático o en movimiento, siempre ha sido más difuso.
Un dato paradójico. El ser humano es un animal visual marcado en occidente por una cultura que ha recurrido al libro como forma de conocimiento desde hace más de 5 siglos.
En cierto modo, salir con la cámara a peinar el entorno y documentar nuestra vida cotidiana es una vía de escape. Una actitud que nos permite escapar de la tiranía de la palabra escrita. Se convierte en la manera de incorporar lo irracional a una existencia que le niega su sitio.
Los intentos fotográficos de detener el tiempo recuperan en cierta manera lo mágico. Da salida al incorregible instinto que tenemos los humanos por llegar a lo eterno, inmutable y perfecto. Una especie de divinidad.
Sabemos de sobra que es imposible y, aun así, seguimos apuntando con nuestros objetivos a esos instantes y esas escenas en las que tratamos de dejar un trocito de nuestra alma y nuestra mirada.
La fotografía en ocasiones se convierte en una comunicación privada. Un diario de meditaciones anotado en bits o haluros de plata en vez de papel. Por esto, fotografiar es una experiencia y no una meta.
Fotografiar es vivir con la disposición de encontrar instantes de tiempo que conservar y no la obsesión por generar copias, libros, likes en Instagram o exposiciones que puede parecer. Ser fotógrafo es ser un enlatador de tiempo que sabe que su trabajo es inútil y, aun así, persiste en ello.
¿La razón? Durante el proceso se va conociendo, descubriendo que es lo que le parece hermoso o interesante.
Algunos valientes se atreven a compartir su visión. Nos ofrecen magníficos proyectos. Fotografías increíbles que nos inspiran. Es conveniente, por lo tanto, que reciban su reconocimiento. Pero es peligroso creer que solo estos genios son fotógrafos. Fotógrafo, al igual que artista, es cualquiera que se atreve a mirar y a crear. No importa el qué. Importa el cómo y el por qué. Lo esencial es el sentirse bien haciendo algo e, independiente del reconocimiento externo, tener la valentía de reclamar lo que uno es.
Soy fotógrafo, aunque nadie vea lo que hago. Soy fotógrafo porque miro, capturo instantes y lo disfruto.
Hasta aquí mi reflexión por hoy. Si quieres estar al tanto de más reflexiones te invito a que te suscribas al blog para estar atento a cualquier novedad.
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